– ¡Amor, ven rápido! ¡Es urgente!
Me acuerdo de que esas fueron las palabras que escuché cuando recibí aquella llamada con mi compañera llorando al otro lado de la línea. Yo estaba en el medio del trabajo. Era el primer día de trabajo después de regresar de mis vacaciones en Brasil y Perú.
Salí corriendo del Instituto en donde trabajaba, cerca de la Iglesia de La Paz en la región Norte de la ciudad de Quito, capital del Ecuador. Bajé corriendo por la calle Eduardo Whymper hasta llegar al final de esa, allá había una plaza chiquita en la cual yo debía girar a la derecha y luego en seguida en la primera a la izquierda. Timbré y me abrieron la puerta. Cuando ingresé al consultorio. Me acuerdo sólo de saludarle al papá del doctor con un aprieto fuerte de manos. Le pregunté:
– ¿En dónde ella está? ¿Qué le pasó a ella? ¿Estamos bien?
El no contestó. Apenas me miró con una mirada triste. Bajo su cabeza y me indicó que pasara a la sala al lado.
Ingresé a la sala y él sostenía la mano de mi compañera, la cual presentaba sus ojos muy rojos e inchados del tanto que ya había llorado. Estaban sentados frente al equipo de ecografía.
Él me miró y dijó:
– Lo siento mucho. El embrión no se desarrolló.
Y bajó su mirada, así como había hecho su papá unos instantes antes.
Corro a abrazar mi compañera. Ella sólo logró decirme em português mismo:
– Não tem bebê, mor. Eu queria ouvir o coraçãozinho dele…
Y volvió a llorar otra vez. La tuve con el abrazo más fuerte que pude.
Unos instantes después, el médico me llevó para su escritorio. Mientras mi compañera intentaba se restablecer, su papá, también médico y él, me explicaron todo acerca de un embarazo anembrionario. Hasta este día, nunca había puesto tanta atención a lo que me había dicho un médico.
…
Me llamo Rômulo Torres, soy brasileño, de una ciudad del sur llamada Santa Maria, pero viví por mucho tiempo en Porto Alegre. En el momento en que pasó esta escena, 12 años atrás, yo tenía 25 años. Mi compañera, Cibele, también brasileña de Minas Gerais, contaba 31. Y en aquel momento vivíamos la alegría de nuestro primer embarazo.
Un mes antes de esta cita dramática, habíamos encontrado a nuestro médico, Dr. Francisco, para decirle que estábamos yendo a Brasil por vacaciones y para celebrar con nuestras familias la emoción por la que estábamos pasando. Ya contábamos 8 semanas de embarazo. Así que el comentó que al regresar ya podríamos escuchar los latidos del corazoncito del bebé.
Las vacaciones no podrían haber sido más increíbles. Muchos besos y abrazos de nuestras familias y amigos queridos. La mía, en Porto Alegre, y la de Cibele, en Minas Gerais. Además de dos equipajes extras por los regalos para el bebé. De regreso, paramos en Perú para conocer la ciudad de Lima. Todo parecía estar bien, excepto por algunas molestias que Cibele me comentaba sentir.
– Calma, mi amor. Luego veremos al Dr. Panchito – así le llamamos cariñosamente.
Entonces al regresar, pasó la situación la cual empieza esta historia.
…
Después de conversar mucho con los médicos, seguí todas las instrucciones que me pasó Panchito, nuestro médico. Siempre con mucha calma y con un control que nos pasaba una sensación de seguridad jamás experimentada.
Regresé a la casa con mi compañera. Y este, quizás haya sido un de los momentos más difíciles de mi vida, pues el cuarto del bebé ya estaba casi todo listo. Todos los regalos sobre la cunita, expuestos, aguardando el bebé que sentíamos e imaginábamos riéndose y bailando en nuestros brazos. Llenando nuestra casa y nuestras vidas de alegría y aprendizaje, pues hasta entonces seríamos padres de primer viaje. Sólo me acuerdo decirle a mi compañera estas palabras:
– Descansa, mi amor. Voy a prepararte una sopa. Acuéstate. Mañana vamos a la clínica.
…
Al otro día, fuimos a la clínica para el procedimiento de curetaje, para la limpieza del útero. Nadie me puede quitar de la memoria la sensación de profunda tristeza. Me despedí de Cibele antes de que entrara al quirófano. Le besé la frente y apreté su mano. Ella me miró y dijo:
– Yo sólo quería jugar con mi bebé. Sólo quería besarle el piecito.
Me acuerdo también de que el médico respondió con mucha calma y confianza:
– Cálmate. Esté tranquila. Esto y todo lo demás va a pasar. Muy pronto besarás el piecito a tu hijo. No te preocupes.
…
Los primeros días después de todo fueron duros. Mucha tristeza. Todo nos hacía recordar nuestros sueños que por instantes sentimos que se volvieron realidad. Sin embargo, otra vez, seguimos los consejos del médico. Seguimos la vida. Seguimos intentando realizar nuestro deseo de ser padres. Fuimos de viaje a la playa. Nos divertimos. Cibele seguía con sus citas de control con Panchito. Y siempre escuchaba que “todo pasará y luego llegará el tiempo de la victoria”.
Tres meses después, Cibele y yo volvimos a estar embarazados. Aguardamos los tres meses más largos de nuestra vida hasta entonces, volvimos a estar otra vez en el mismo consultorio, frente al mismo equipo de ecografía, pero que de esa vez aseguró los latidos del pequeño corazón de nuestra primera hija, “tum tum, tum tum, tum tum”. Uno de los sonidos más lindos que ya pude escuchar en toda mi vida. Los latidos del corazón de la pequeña Victoria, que hoy está punto a cumplir 12. Después de su nacimiento, Cibele ha podido besarla muchísimo en los piecitos, abrazarla, jugar y aprender con ella, al igual que yo. Y sí, el nombre fue en homenaje a todo lo que tuvimos que pasar en aquel momento.
…
Ahora se vino la pandemia. Otra vez sufrimiento. Vidas perdidas. Tristeza. Inseguridad acerca de sueños que todos teníamos. Y, 12 años después, el destino quiso que estuviéramos otra vez al lado del médico que nos aseguró con tanta calma y paciencia que todo pasaría y la ‘Victoria’ llegaría. Estamos punto a tener nuestra tercera hija. ¿Soy capaz de dudar de esta persona? No lo creo.
Bueno, cuando todo esto del COVID-19 empezó, Cibele fue hasta donde el Dr. Panchito. Escuchó sus consejos y recomendaciones otra vez. Y otra vez decidimos obedecer y seguir lo que decía el médico, sin dejar jamás de confiar que, una vez más, todo va a pasar y que nuestra victoria, y de todos los que estamos juntos pasando por todo esto, va a llegar.
Texto por
Rômulo Lopes Torres – Storyteller | Prod Contenidos | Educador
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